[ms_divider style=»normal» align=»center» width=»100%» margin_top=»30″ margin_bottom=»30″ border_size=»5″ border_color=»#dd3333″ icon=»» class=»» id=»»][/ms_divider]
Les dijo que no mirasen los hechos, sino el sentido de los hechos. Y luego dijo que los hechos no tenían sentido. Ed Crane en El hombre que nunca estuvo allí
[ms_dropcap color=»#dd3333″ boxed=»no» boxed_radius=»8″ class=»» id=»»]Ú[/ms_dropcap]ltimamente me pasa que me doy cuenta de que me estoy haciendo vieja.
Dicen que ya Sócrates se quejaba de que la juventud en su época no era como la de antes y que de seguir así las cosas el mundo se iba al carajo en cuatro días. Cinco días después aquí estamos, aún vivos como especie, galopando hacia la extinción.
La otra tarde en el pueblo donde vivo, unos chavales que están de colonias en una de las casas de campo de los alrededores me pararon en medio de la calle, una calle de un pueblo que sólo tiene dos, para preguntarme si podía ayudarles con un cuestionario para su trabajo de Crédito de Síntesis (este dato es relevante porque nos indica que su edad debía rondar los catorce años).
Me hicieron varias preguntas, que si cuántos habitantes tiene el pueblo, que si la iglesia es románica o gótica, etc. Al final me preguntaron si había alguna calle o plaza en el pueblo con nombre de personaje histórico. Necesitaban nombre y profesión. Les hablé de la plaza de Serrallonga, bandolero y contrabandista, y de la calle de Santa María.
Me respondieron: ¿y su profesión?
Se hizo el silencio. En teoría es la madre de Dios, respondí, digo yo que eso debe de dar bastante curro. Lavar sábanas divinas, hacer cenas divinas…
Hice un esfuerzo para ponerme de nuevo en movimiento y me fui medio en estado de shock dispuesta a seguir con la vida pese a todo. Tengo la extinción muy presente.
Y me sobrevino la epifanía. Superando las ganas de vestirme en camisón y encaramarme a la rotonda de la entrada del pueblo a lanzar bolas de fuego anunciando el fin del mundo, me di cuenta de que esos chicos, simplemente, no están aquí.
Esto. Es exactamente esto.
El mismo motivo detrás de la imposibilidad en este país de entrar sin mirar mucho en cualquier bar o restaurante, pedir una tortilla a la francesa, y comerse algo en condiciones. La incógnita detrás de la lucha casi perdida por encontrar una ensalada verde en un menú del día que no contenga ingredientes enlatados o plastificados, o el misterio de tener que rendirse de cansancio ante las enésimas patatas fritas congeladas acompañando un bistec.
[quote]Ese vacío en los ojos del cocinero que ni siquiera es capaz de esperar a que el aceite esté suficientemente caliente para freír unos buenos huevos con puntilla[/quote]
Ese misterio. Ese vacío en los ojos del cocinero que ni siquiera es capaz de esperar a que el aceite esté suficientemente caliente para freír unos buenos huevos con puntilla. Esos cocineros que, simplemente, no están allí para preguntarse por qué hacen lo que hacen. Porque saben. Todos ellos saben que pueden hacerlo mejor. Me niego a creer lo contrario.
Me atrevería a pensar que no se han parado nunca a mirar. A estar por completo donde están.
De alguna forma, nadie les ha agarrado por las solapas de la chaquetilla y mirándoles a los ojos les ha vuelto a la tierra y les ha preguntado qué tienen previsto hacer con todo el tiempo que han ahorrado no pelando y no cortando las patatas. En qué van a invertir ese tiempo que ahorraron. En qué. Que sea tan importante como para dejarse la dignidad por el camino.
Nada lo vale. Somos cocineros y nos merecemos poder estar orgullosos de, si es necesario, hacer menos. Pero hacerlo impecablemente bien.
En un mundo sano, con sus cositas, pero sano y vivo, esa cocina de parvulario, esa base, tendría que ser como el abecedario. No debería darse una licencia de restauración sin poder dar eso por sentado, como no se puede firmar según qué contratos cuando uno no sabe leer ni escribir.
Hay que conseguir pintar esa línea roja en todas nuestras vocaciones o al final todo será excusa para echarle al bistec patatas congeladas y, camino de la extinción, a la buena cocina matarla de hambre.
Deja una respuesta